• Retuerta del Bullaque
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Discurso XIX fiesta de los Montes



PREGÓN DE LA XIX LLEGA DE LOS MONTES DE TOLEDO

(Pregón escrito por D. Jiménez director del Parque Nacional de Cabañeros y leído por por la Vicepresidenta de la Asociación de los Montes Doña Pilar Tormo)

Muy buenas tardes a todos.

Era muy difícil resistirse al ofrecimiento de Eulogio, nuestro Alcalde, y de Ventura Leblic, alma de la Asociación Cultural Montes de Toledo, y no acudir aquí a leer este pregón. Yo no nací en esta tierra, aunque bien se me puede aplicar el refrán que dice "uno no es de donde nace, sino de donde pace". A fin de cuentas he cambiado sólo el Mediterráneo por estas tierras, que al decir de Washington Irving, "Despiertan interés por su propia desnudez e inmensidad, y poseen, en cierto modo, la grandiosidad solemne del océano". La historia y la naturaleza de Los Montes encierran también una grandiosidad difícil de definir.

El Mediterráneo cuna de las más antiguas culturas occidentales, es un ámbito natural de una belleza difícilmente interpretable, carece de la espectacularidad de las montañas, del misterio de los umbríos bosques atlánticos y de la ebullición de vida de los humedales. Sin embargo, los viejos encinares, alcornocales y el aromático matorral mediterráneo, son el más genuino paisaje ibérico.

Los primeros hombres que poblaron esta tierra, la disfrutaron en el Paleolítico Inferior. ¿Y, por qué escogieron esta zona?. La respuesta late todavía: buscaban el agua del río Bullaque. Aquí se asentaron y trabajaron la piedra, cazaron, vivieron y desaparecieron. Las singularidades del marco geomorfológico, en su mayor parte inalterado por la escasísima erosión del río, nos lleva, al mirar alrededor, a contemplar un paisaje similar al que vieron nuestros antepasados. PERO HOY MIRAMOS CON PREOCUPACIÓN AL RÍO BULLAQUE Y SU FUTURO.

Todavía encontramos representaciones del poblamiento del Paleolítico Medio en las cercanías de Horcajo y Pueblonuevo. Sin embargo, desde entonces hasta los inicios de la Edad del Bronce, se produce una ausencia casi total de restos en este entorno. No sabemos porqué, pus ya a finales del Calcolítico, la naturaleza debió ser muy parecida a la de hoy, a juzgar por los estudios realizados en los yacimientos. Quizá abundaran más las zonas pantanosas, donde criarían patos y grullas. En los alrededores de estos primitivos pueblos había ya algunos pequeños cultivos de cereal. A mediados de la Edad del Bronce, sus pobladores abandonan los ríos para instalarse en las sierras y se defenderse con murallas.

No quiero, sin embargo, cansarles al contar la Historia de la zona. Sólo quiero llamar la atención sobre cómo ésta ha dado lugar al paisaje singular de Los Montes, y a la distribución de su flora y fauna. En realidad, su peculiar historia comienza en el año 1243, con la permuta por el Arzobispo de Toledo -propietario hasta entonces- de esta tierra al rey Fernando III por la ciudad de Baza y la villa de Añover de Tajo. El mismo Rey, tres años más tarde vendió Los Montes a la ciudad de Toledo por 45.000 moravetinos, por lo que pasaron a ser "Los Montes de Toledo".

Este dominio señorial de Toledo en régimen de "montes propios del común de sus vecinos" durante más de cinco siglos (desde 1246 hasta 1829), ha sido junto con la orografía, el responsable de la conservación en óptimas condiciones de la vegetación y la fauna, debido a su política contraria a la roturación, al cultivo permanente y a la multiplicación de los núcleos de población.

Como ponen de manifiesto todas las ordenanzas emitidas por el Concejo toledano acerca de la "conservación, guarda y aprovechamiento" de sus montes Propios, recopiladas en el siglo XV, y reafirmadas y completadas en los siglos posteriores, el uso de territorio adquirido a la Corona de Castilla estaba reservado a "los vecinos de esta ciudad y a los otros nuestros vasallos" con la condición expresa de que sus actividades no "destruyan y talen" la vegetación de monte y no afecten a la "conservación de la caza que en el suele haber" . Para cumplir esta condición las actividades autorizadas a los vecinos mediante licencia registrada ante el escribano mayor de la ciudad eran, la extracción de madera, leña y carbón vegetal para uso propio; la entrada de algunos ganados y el establecimiento de colmenas, sin que les fuese permitida ninguna roturación ni puesta en cultivo.

Como existía además una cierta población dentro del ámbito de Los Montes, se regularon de forma muy rigurosa sus actividades agrarias para asegurar la conservación en las mejores condiciones posibles de la vegetación natural y la fauna. Los habitantes de los pequeños núcleos de población sólo estaban autorizados a "hacer rozas para sembrar pan", que luego debían abandonar; podían también aprovechar la madera y la leña necesarias para su uso particular, así como apacentar sus rebaños y mantener colmenas, pero, al no ser propietarios, debían pagar anualmente al común de vecinos de Toledo la doceava parte de todos los productos obtenidos (del "pan sembrado", de los corderos, cabritos y puercos que les naciesen y criasen". de "los becerros, potrícos y muletos", del "queso y lana que procediese de sus ganados" y de los "enjambres y colmenas viejas". A efectos del cobro se de este "dozavo" se aprovecharon las antiguas divisiones en cuadrillas de la Hermandad vieja, que fueron encomendadas a un arrendador de impuestos. El mantenimiento de esta política tan restrictiva en cuanto a usos, y tan gravosa para los pobladores estaba encargado a un regidor del Concejo de la Ciudad de Toledo, el "Fiel de los Montes", que velaba por el cumplimiento de las ordenanzas de conservación y aprovechamiento y por el cobro de las rentas debidas auxiliado por seis guardas y por los arrendadores de impuestos de las cuadrillas.

Las ordenanzas que regían la vida y la economía en Los Montes durante el Antiguo Régimen resultaron, sin duda, muy favorables para la conservación hasta hoy de la vegetación y la fauna. En ellas se prescribe que cualquier vecino de Toledo que pida licencia para sacar leña o madera para uso propio y la ceda o venda a persona ajena "sea excluido del aprovechamiento de los dichos montes y no le sea dada otra licencia por tiempo de 20 años" o quien introduzca ganados, "diciendo que son suyos", y sean de ganaderos de fuera de la jurisdicción "pierda el registro y el aprovechamiento de dichos montes por todos los días de su vida y el tal ganado sea quitado". Y fundamentalmente en relación con los habitantes del propio área, se ordena: que las rozas para cultivar cereales se hagan bajo el control del Fiel de los Montes, siempre que se hiciera fuera de los "montes espesos y bravos llenos de muchos árboles"; que los parajes que hayan sido ilegalmente aclarados y quemados ("so color de hacer rozas para sembrar pan y haya sido para hacer carbón") queden protegidos durante diez años de todo tipo de aprovechamiento de leña y durante tres de utilización ganadera; y que, salvo la obtención de licencia expresa para ello, ningún vecino de los lugares de Los Montes " sea osado de cortar ni talar algunos de los dichos árboles, mayores ni menores, ni los hender para enjambres, ni para ramonear, ni los arrancar de cuajo, so la pena de 600 maravedíes por cada árbol y de 50 maravedíes por cada rama caudal que corten".

Bajo el imperio de estas normas. Muy difíciles de hacer cumplir plenamente, pero reiteradas siglo tras siglo, y del riguroso régimen fiscal descrito, la población de los Montes fue siempre escasa, disminuyendo significativamente el número de núcleos habitados desde el comienzo hasta el final del dominio señorial de Toledo.

Tras su separación del dominio señorial en 1829, Los Montes quedaron libres de las ordenanzas y del pago del dozavo y fueron divididos en 16 términos municipales, correspondientes a cada uno de los "lugares" que habían permanecido habitados en ellos. Dentro de estos términos, teniendo en cuenta la mayor capacidad de uso agrícola, el volumen demográfico local y la proximidad al núcleo de población, se señalaron unos terrazgos que se repartieron entre los vecinos para su roturación y puesta en cultivo permanente, siendo dividido el resto de la superficie monteña en casi un centenar de "cuarteles" o "dehesas" para su desamortización mediante subasta pública.

Dado que las tierras más adecuadas para la agricultura y más próximas a los pueblos eran las rañas, gran parte de ellas fueron roturadas, y en consecuencia es en estas donde se encuentran las huellas más visibles del Hombre de los Montes que son mínimas en las zonas serranas, donde el uso tradicional casi desapareció después de la desamortización. Puede observarse que en las zonas que no podían ser utilizadas para rozar, carbonear o pastar (aproximadamente el tercio superior de las sierras), los árboles han resistido imbatibles el paso de los años.

Aunque el tiempo ha pasado, y casi ha desaparecido el recuerdo de los primeros pobladores de Los Montes, nos queda su historia, su paisaje y su referencia vital. A todos nos corresponde velar por lo que significan.

Hasta aquí, el pregón preparado por D. José Jimenez a quien motivos profesionales le impiden asistir a esta llega.

Personalmente, como miembro de la Asociación Cultural Montes de Toledo quiero agradecer al Sr. Alcalde y a todos los que han participado en la organización de esta fiesta, su trabajo y su ilusión para que los monteños tengamos oportunidad de disfrutar y mostrar a los de fuera este paradisíaco lugar de nuestra comarca, sintiéndonos orgullosos de enseñar lo que nos hace diferentes a los pueblos que nos rodean, nuestras casas, nuestra gastronomía, nuestro folclore, nuestro paisaje, nuestras tradiciones, nuestro río Bullaque, esto es, lo que nos hace ser nosotros mismos, diferentes a los demás, en definitiva nuestras señas de identidad.

Con la esperanza de que el año que viene nos volvamos a reunir en la próxima llega, les deseo FELICES FIESTAS.

Texto obtenido de la revista de Estudios Monteño


Llega celebrada en Retuerta del Bullaque en 1.996