EN LOS MONTES DE LA MANCHA - CRONICA DE CAZA - EL DRAMA DE VALLE-ALEGRE
Por José Navarrete
En 1879
José Navarrete escribió dos libros sobre los montes de Toledo, "Crónica de caza" y "El drama de Valle-Alegre" en la que hace mención sobre Retuerta o su termino, por lo que he extraído los capítulos que a continuación describo:
CRONICA DE CAZA-CAPITULO XXVIII.
LA TOLEDANA
Concluido el almuerzo, y después de abrazar estrechamente al marqués, á Juan Gil y á D. Saturnino, que se quedaban en el pueblo para volver los dos primeros á Ciudad-Real; después de dar un millón de gracias por sus bondades á las señoras, y de saludar y ofrecernos al promotor, al alcalde, y á los demás señores, salimos de Piedrabuena á las doce de la mañana; comimos en Porzuna en casa de la primera autoridad, que en unión del cura y de otros caballeros nos colmaron de atenciones, haciendo los honores una joven amabilísima, sobrina del cura y bocado de cardenal: una hora permaneceríamos en ese pueblo, siguiendo después la marcha á la Toledana, que avistamos cuando ya despedía vivos resplandores el lucero de la tarde.
Poco antes de llegar al caserío, oímos un punto de corneta, como si el de una guardia avisara la aproximación de alguna persona ó fuerza á la cual otorgase honores la Ordenanza; Sauco nos suplicó que hiciéramos alto, que se colocara de]ante la infantería, y que desfiláramos por hileras de á dos los peones y de á cuatro los jinetes, poniéndose él á la cabeza de la tropa, y advirtiéndonos que cuando nos mandara preparar, apuntar y hacer fuego, disparásemos al aire las escopetas.
Delante de la puerta del caserío de la Toledana estaban formadas correctamente las escopetas negras y blancas en cuya busca íbamos, teniendo á su frente á D. Felipe Acuña, padre de la distinguida poetisa del mismo apellido. Saludáronse Sauco y D. Felipe; hicieron los que nos aguardaban una salva y contestamos con otra los recién llegados, quedando así sellada la fusión de las dos partidas de caza; rompiéronse filas, y allí de los «iholas!» de las presentaciones, del estrecharse las manos, y del abrazarse con el entusiasmo que sólo despiertan, una gran satisfaccion, la de cobrar dinero sobre todas, ó cuatro copas de vino.
Esta ceremonia militar fu¿ debida á una carta que con un propio envió Sauco á su yerno momentos después de nuestra llegada á Piedrabuena. advirtiéndole que nos incorporaríamos á ellos en la Toledana y agregándole la broma de los mutuos honores que debíamos hacernos: de no enviarles la carta aquella noche, hubieran dormido en la Avecedilla nuestros nuevos compañeros. Eran éstos, limitándome á las escopetas blancas y suprimiendo los elogios para no ofender la modestia de ninguno: D. Jacinto Criado, administrador de la Toledana; D. Felipe Acuña, ya mencionado; D. Ramón Acero, ex-gobernador civil; D. Juan Carrasco, ingeniero jefe de montes de la provincia de Ciudad-Real; D. Antonio Arévalo, propietario de Villamayor; D. Diego Campos y D. Vicente Delgado, propietarios de Puertollano; D. Pedro Baselgas, jefe de Fomento; D. Manuel Menchero, yerno de Sauco; D. Ramon Samper Iglesias, director del hospicio de Ciudad-Real; D. Santos Gamarra, alcalde de la Retuerta; D. Juan Bautista Benitez, veterinario de Fuencaliente; D. Julian Bastante, capataz de montes, y D. Genaro Fernandez Calvillo.
A Trillo y á Mariano los sustituyeron los hermanos Juan Antonio y Pedro Rivero; á Santos, el guarda del marqués, un guardia civil que estaba con licencia en Piedrabuena, llamado Sanchez de Molina; y á las escopetas negras que se fueron, las reemplazaron: Escolástico, Laureano, el Títere y Sanchez, de Porzuna, los dos primeros en calidad de capitanes; Bullarea, el Turrino y el Fraile, de Fuencaliente; Valentin Juarez, perrero de la Argamasilla de Calatrava, y otros que no recuerdo.
El caserío de la Toledana es grande y cómodo; en la cocina ví por vez primera una chimenea manchega tan grande, que la campana cubre, no solo el hogar, sino un poyo de piedra á cada lado, en los cuales se duerme perfectamente.
El joven y simpático administrador D. Jacinto nos facilitó de todo cuanto podíamos necesitar, y durante la comida reinó mucha alegría; yo creo que excesiva: se bebió bastante; quizá demasiado. Corramos un velo sobre los episodios de aquella noche, verdaderamente toledana, que dejan en pañales á los que describe con gracejo sumo el señor Baron de Cortes en su notable opúsculo titulado:
Cacería en el Socor, incluso el de los curas asaos. A la mañana siguiente salimos á montear con el propósito de dormir y situar nuestro cuartel general en la Avecedilla.
El primer ojeo se echó en la raña de Gallego, molestándonos mucho el ábrego que soplaba con fuerza. El único que disparó la escopeta fué Baselgas, hiriéndo á una jabalina que no pudo cobrarse.
Después de tomar el bocadillo y mejorado el tiempo, habiéndose llamado el viento al Nordeste, batimos la solana de la Higuera. Salieron pocas reses, y sólo se mataron un corzo, por Escolástico, y un guarro, con el que sucedió una cosa notable, y fué, que siendo un animal viejo, valiente y de ocho arrobas, lo sujetó y lo entregó la recova de Fuencaliente, cuando apénas le habia hecho sangre una bala de Menchero.
Para satisfaccion de los dueños de los citados perros, se acordó que se publicaran en la Crónica los nombres de todos éstos y las reseñas de los heridos, como á continuacion lo hago, copiando, sin quitar ni añadir una coma, el apunte que recibí de Bautista, el veterinario del citado pueblo de baños, pueblo que Dios libre de la caida de la peña que le sirve de toldo.
NOMBRES Y RESEÑAS DE LOS PERROS DE FUENCALIENTE, CON EXPRESION DE LOS HERIDOS.
Perico: podenco cenceño, encerado y corbato, algo festoneado de las manos y zarco del ojo izquierdo; resero y conejero tenaz; herido en un brazo y en una cadera.
Marica: hermana del anterior; colorada apizarrada y gacha de ambas orejas; condiciones, como su hermano.
Terrible: colorado, careto, acollarado, despuntada una oreja; resero y quitador en caza menuda. Herodes: colorado, careto, rabon, gacho de una oreja, resero puro con especialidad en jabalíes; recibió dos cuchilladas en el brazo derecho. Turco: algo atravesado, negro atachonado, gacho de ambas orejas; recibió una cuchillada en la paleta izquierda.
Arrogante: podenco cenceño, blanco con manchas negras, algo gachas las orejas, muy resero y conejero.
Bolera: negra, cuatro-ojada, podenca fina con latido de falsete, buena para reses y muy conejera. Mal herida en el vientre.
Careto: colorado claro, un poco gacho, podenco puro, acollarado y de condiciones como el anterior.
Chato: atravesado, negro, acollarado, desorejado, buen resero. Herido en el cuello.
EL DRAMA DE VALLE-ALEGRE-CAPÍTULO III
EL PARAÍSO
Era más de la una cuando salimos de la Avecedilla, ocupando el interior del carruaje Grilo, Ruiz, Acuña y yo; D. Jacinto se subió al pescante; Carrasco iba á caballo al estribo, y detrás dos acemileros montados, conduciendo cinco jacos más para los que íbamos en coche; el destinado á Grilo era el del guarda Sastre. En la bifurcación del camino en dos veredas, que conducen, una al Molinillo y otra á Valle-Alegre, nos bajaríamos á fin de que siguiera el carruaje á donde estaba su amo, concluyendo la jornada todos á caballo. Para llegar á esa bifurcación hay que vadear el Bullaque y pasar por el pié del monte de la torre de Abran y por la raña de la Salceda.
No ofreció aquella jornada, que pasamos en agradable conversación y oyendo recitar al gran lírico su Invierno, su Campo y su Chimenea, incidente ninguno que merezca ser mencionado, como no lo sean la despedida del coche y la subida de Grilo, que no es muy jinete que digamos, en la apacible cuatropea del guarda de la Avecedilla. Antes de las cuatro desembocábamos los expedicionarios, por una cañada, en el anchuroso valle donde está situada la posesión, avistando sus tapias, por las cuales rebosa el vario ramaje del arbolado: en breve nos hallamos frente á la entrada principal, que es un verja dorada, de gran mérito por el primor y la finura de sus férreas labores; consta de una puerta en cuyo alto campea el escudo de armas de los marqueses de Rio-Blanco, que hace juego con los macetones remates de las graciosas columnas sobre que giran las hojas, y de dos alas que van á empotrarse cada una en un bonito pabellón suizo, viviendas ambas de los porteros.
A la puerta, que encontramos de par en par, había parado un coche de camino con cuatro mulas enganchadas, y un zagal dormido en el pescante. El portero, en mangas de camisa y con una gorra de gran visera ceñida por un galón de plata en la cabeza, se paseaba por dentro á lo largo de la verja, con las manos á la espalda, y no se apercibió de nuestra llegada hasta que tuvo los caballos encima.
—¿Están los señores? le pregunté.
-Allá; sigan ustedes, me contestó casi sin mirarnos y más con las manos que con la boca.
A este hombre debía sucederle algo extraño: parecía muy preocupado, tanto, que solo así se explica cómo dejaba entrar sin el más ligero examen, siquiera de sus caras y pelajes, á ocho jinetes armados, que juntos por los montes de la Mancha no dejan todavía de ser sospechosos. La transición de la naturaleza salvaje del monte á la naturaleza trabajada por el arte de Valle-Alegre, conmueve todas las fibras delicadas del corazón y da jugo á las pupilas.
Entramos en una plazoleta en cuyo centro un prado de menuda hierba, cercado de hermosísimas araucarias, castaños de la India, tilos y canastillas de flores, marca la bifurcación de dos caminos, en cada uno de los cuales, y por la orilla de afuera, hay de trecho en trecho bustos de mármol de tamaño natural, sobre pedestales cubiertos por enredaderas, y algunas farolas como las de los paseos públicos.
Los árboles del prado, los chopos de los costados, y los espesos bosques en que se pierden las miradas por aquellos ámbitos, llaman la atención por su brillo, por su frescura y por el arte con que hace pompa su exuberante follaje; la izquierda estaba silenciosa; pero por las ramas de la derecha nos saludaban los silbidos de varios mirlos y las voluptuosas cadencias de un ruiseñor, aves que en número asombroso pueblan las enramadas de Valle-Alegre.
En medio del prado había extendida una manga de riego, á lo largo de cuya redonda superficie salían, por una porción de tubos de metal, raudas nubecillas resplandecientes de gotas de agua, que semejando rubíes, topacios y perlas en polvo, caían sobre el césped: poco más allá del artefacto de regar estaba un niño de cuatro ó cinco años metiendo una vara por un agujero; se dedicaba á la caza de grillos, desdeñando aquellas maravillas, sin duda porque aún conservaba fresca la memoria de otras mejores.
Tomamos por la calle de la derecha, y á los pocos pasos llegamos á un puente de hierro que está sobre la ría; lo dejamos á nuestra izquierda y bajamos por una calle sombría y no muy ancha, si bien se notaban en ella rodadas de carruajes; á lo lejos veíamos cruzar el camino, bien saltando, ya con ese vuelo bajo y corto del ave que huye sin temor, dos ó tres mirlos, descubriendo por fin una deliciosa alameda, la alameda de mis recuerdos de Vista-Alegre.
Cierra la izquierda de este paseo, que está tirado á cordel y tiene ciento cuarenta metros de largo por ocho de ancho, un bosquete, en cuya linde se alzan corpulentos plátanos, acacias y álamos blancos y negros, cuyas abultadas copas forman enhiestos penachos, rizados y movibles conos, luengos y gallardos ramos, pirámides de abanicos y pabellones de suaves y menudas hojas y colgantes guirnaldas con todas las gradaciones del verde más claro al más oscuro y de la luz más viva,! la penumbra y á la sombra, fingiendo á veces las ramas flecos de oro, y por las noches á la claridad de la luna y aun sólo á la de las estrellas, sobre las inmensas moles negras y por las crestas de las copas, caprichosos bordados de fino encaje.
Está interrumpido el bosquete por dos ó tres calles cortas que van á desembocar á la ría, y de las cuales, á la primera, precede una glorieta adornada con grupos de macetas que rodean una pequeña fuente de pila circular, en cuyo centro figuran, sobre un pedestal, dos niños de mármol; el uno de pié levantando sobre su cabeza un canastillo de frutas y de flores, y el otro sentado acariciando una paloma. Al pié de los árboles, con estético desaliño y como abrigando las estatuas colocadas de trecho en trecho, vense el rosal de cien hojas, el rosal té, bíblicos lirios, adelfas, hileras de tiestos con flores de subidos matices y otras mil plantas y arbustos.
La derecha de la alameda está limitada en primer término por el invernáculo de las camelias, que es una galería de cincuenta y siete metros de longitud por más de cinco de ancho, dividida en su mitad por una rotonda de seis metros de diámetro con su cúpula de luz y sus grandes persianas: todo el frente principal de las dos alas del invernáculo y uno de los planos de los techos angulares están acristalados.
Cediendo á las instancias de Grilo, echamos pié á tierra y entramos en esa galería.
En gradas de tablas están colocados cientos de macetones y de cajas de madera donde alzan sus rectos tallos los arbustos de copa redondeada y hojas ovales y lustrosas más codiciados en los salones.
Allí las camelias se cuentan por millares, y es mágico el efecto que produce aquel océano verde, reluciente, tan estrellado de lindísimas flores, las unas blancas ó carneas, de un solo color; éstas rosas ó encarnadas, también unicoloras, ó más pálidas por el centro; las otras de fondo blanco, ó blanco rosa, punteadas, estriadas ó matizadas de rosa, de lila ó encarnado; aquellas, por último, de fondo rosa ó encarnado, punteadas, matizadas ó bordadas de blanco, ó de rosa claro.
El ingeniero de montes nos fue llamando la atención sobre algunos de los ejemplares más escogidos, bautizados, según nos dijo, con los aristocráticos nombres Condesa de Derby, Princesa Matilde, Van Dyck, Fenny Lind, Emperatriz Eugenia, Dante, Archiduquesa María, y otros muchísimos, aíiadiéndonos que se contaban hasta mil variedades de esa flor, el más bello adorno de un pecho juvenil y de unos rizos negros.
D. Jacinto Criado me dijo:
-Cronista: Dios tiene mucho talento; ha dejado á las camelias sin perfume, para que delante de ellas todos los sentidos suspendan su actividad y sólo funcionen los ojos.
-;Ay! exclamó D. Felipe; si estuviese aquí mi Rosarito, ¡qué versos haria! ¡quién pudiera llevarle un ramo!
Mucho sentimos no poder llevar otro á D. Ramón, para una sobrina suya que está hoy más hermosa que hace quince años, y entonces la llamaban "la reina de las pollas."
Yo corté unas cuantas camelias para ofrecérselas á Sofía, seguro de que por más que todas fueran suyas, un regalo tan primoroso debía siempre sorprenderla y agradarla, como nos sucede con los recuerdos de rosa; que constantemente los guardamos, pero cada vez que uno de ellos se enciende en nuestra memoria nos endulza el corazón.
Grilo, fuera de sí, daba vueltas de acá para allá por la galería, y prorumpía cada vez que nos tropezaba en esos gritos ardientes que arranca la embriaguez del júbilo, y cogía las camelias y las besaba, y por fin sacó del bolsillo el consabida fajo de papeles y un lápiz, y sobre la mesa de mármol que había en la rotonda escribió los siguientes versos, que tienen las naturales incorrecciones del feto intelectual concebido en dos minutos y dado á luz al volar del lápiz:
LA CAMELIA.
Símbolo de la pompa y la belleza, De la estufa gentil régia cautiva, La camelia, á los céfiros esquiva, Gallardamente á columpiarse empieza.
Del verde pedestal de su grandeza Surge vistosa su cabeza altiva; Si no hay perfume que en su cáliz viva, En cambio nada iguala á su pureza. Pálida descollando entre el ramaje, No la abate jamás el desconsuelo
De encontrarse vencida en el paisaje!
Y cuántas veces, recordando un cielo, Del seno de una hermosa entre el encaje Las almas prende en amoroso anhelo!
En comunicación con el invernáculo por una puerta, sigue después, ocupando el resto del costado derecho de la alameda, en una extensión de 83 metros, un inmenso edificio que no tiene al exterior nada notable: está dividido en dos partes por un callejón cuadrado abierto para facilitar el paso al otro lado de la finca, y sobre el cual se alza una torrecilla cuadrada: las dos partes son iguales en tamaño y en forma: tienen dos pisos, desván y tejas, dando carácter y tono, si no belleza, á la fachada, las veintisiete puertas-persianas, pintadas de almagre, que hay en el piso bajo con intervalos iguales de más de un metro: los balcones del principal, al ras de la pared y con balaustrada de labores de hierro con golpes dorados, y la fila de ventanas que hay sobre los balcones, éstos y aquellas también con persianas del mismo color que las de abajo. Una hilera de acacias de bola que enlaza por sus piés un zócalo de rosales enanos, proyecta sombra delante de las puertas de la casa.
EL DRAMA DE VALLE-ALEGRE-CAPITULO XVI
El Molinillo.
La dehesa del Molinillo, donde radicó la venta del mismo nombre en que hizo Cervantes que trabaran conocimiento los famosos granujas Pedro del Rincón y Diego Cortado, es inmensa, y confina, al Norte, con Ventas con Peña Aguilera; al Sur, con Alcoba; al Este, con Yébenes, y al Oeste, con Retuerta: está situada en las fronteras de las provincias de Ciudad Real y de Toledo; pero dentro de los límites de la primera, por cuya razón la sierra de la Becerra y las demás en ella enclavadas, aunque se llaman de Toledo, son en puridad montes de la Mancha, lo mismo que los de la Avecedilla.
Aquellos territorios se dieron á censo por el Estado, en 1830, á grandes capitalistas como Gaviria, Remisa, Miraflores, Florida Blanca y Búrgos, á fin de que los colonizaran para convertirlos en grandes centros de poblacion y de produccion. Don Francisco Javier de Búrgos, cuya alta inteligencia abarcó toda la importancia de tamaña empresa, fue el primero que la acometió, construyendo en el Molinillo un palacio, roturando grandes extensiones de aquellos terrenos agrestes, cercando otros, encauzando las aguas, haciendo de regadío algunos cientos de fanegas de tierra, estableciendo un molino harinero, fundando una casa de labor y otra para dependencias de la ganadería yeguar, y haciéndolo todo con arreglo á los últimos adelantos de la agricultura entonces conocidos.
Cuando ya comenzaba á abrir caminos, venas por donde corrieran al resto de España los frutos de aquel feraz suelo; cuando ya acudían muchos colonos con la codicia del bienestar que allí les aguardaba; cuando los demás capitalistas que habían tomado tierras á censo se disponían en 1834 á imitar el ejemplo que les diera el insigne traductor de Horacio, surge la guerra civil de los siete años; el alzamiento de las provincias vascas tiene gran resonancia en las de Toledo y de Ciudad Real, sobre todo en los pueblos de la sierra; que siempre lo ágrio del suelo y lo salvaje de la vegetación corren parejas con la barbarie de los habitantes; y las hordas absolutistas, que se levantan llevando por lema de sus estandartes «;vivan don Cárlos y la religion!» capitaneadas por los Palillos, Jara y otros cabecillas, se dan pronto al pillaje y ahuyentan á los colonos, incendian el palacio de Búrgos, treinta casas más y la iglesia contigua, honrando así á Dios, al rey y á la patria; y después de haberse enseñoreado largo tiempo en aquellas comarcas, dejan, gavillas largo-facciosas, como vestigios de sus felonías, montones de ruinas, la soledad, la tierra inculta y la falta de producción que aún lamentamos y á cuyo remedio acudía solícito, con alto ejemplo, la gloria nacional antes citada. Desde entonces aquellas comarcas no son cruzadas, como dijimos hablando de la Avecedilla, más que por los ganados, los pastores, los carboneros, los bandidos y los que van á las faenas peculiares á la cria de reses bravas, ó á cazar venados y jabalíes.
El que no llegó á ser pueblo del Molinillo está situado en un otero á que se sube desde la vega por una suave pendiente en la que dejamos á nuestra derecha un grupo de chozos; en la plaza, digámoslo así, de aquel despoblado, se descubren, al frente, los ahumados restos del palacio, que semejan á un monstruoso esqueleto los machones verticales y paralelos del destechado piso principal, machones por cuyos claros se descubre el cielo y que forman el costillar del edificio; los espacios que un tiempo cerraron puertas y ventanas, y las brechas de los muros.
A la derecha y perpendicularmente al palacio, hay una buena casa de dos pisos, y enfrente de esta, y rodeada de otras viviendas rústicas, se alzan los denegridos paredones de la que fué iglesia parroquial, con su esbelta espadaña á través de cuyos dos arcos sin campanas se distinguían aquella noche, por cada uno, una brillante estrella, cual si fueran las radiosas pupilas conservadas por el alma de un muerto á mano airada, en lo profundo de las cuencas de la calavera, como señal de odio inextinguible á sus asesinos.
Al abordar la loma, acostumbrados como íbamos á la oscuridad y al silencio del camino, nos sorprendió la vivísima claridad que salía por las ventanas de la casa de junto al palacio, y con la claridad la algazara característica de una comida animada: tampoco era floja la que movian los perros ladrando desesperadamente desde que se apercibieron de nuestra proximidad por los sonidos de los cascabeles y de las campanillas de los collares de las mulas, y, con sus voces, los que los mandaban callar inútilmente.
Junto al cobertizo que hay delante de la casa paró el coche, saliendo dos ó tres hombres vestidos con el equipaje de campo de la tierra de Dios, diciéndonos:
-Buenas noches, caballeros. -¡Ayuso! gritó Estéban.
-;Hola, artillero! respondióel interpelado; ¿viene ahí el amo?
-No.
-¿Está el señor duque? pregunté yo al Ayuso. -Sí señor.
-¿Y D. Salvador?
-También está su mercé; pero dejen ustedes los caballos, que ahora los recogeran, y pasen adelante.
-Hágame usted el favor de decir á D. Salvador que salga aquí un momento, que lo aguarda un amigo.
-Voy allá, caballero.
Aquellos hombres con aquellos botines, aquellos sajones, aquellas espuelas arrastrando y aquellos marselleses en que venían como embozados, con las mangas colgando por delante; el bramido lejano de reses vacunas, que se oía alternando con el són del cencerro de un cabestro; aquella casa tan bien encalada, aquella luz, aquella conversación ruidosa en la que se mezclaban los nombres de Sevilla y de Jerez, todo eso resultaba con un sabor y con un colorido tales, que me creí trasportado al caserío de algún cortijo en la alegre campiña de Utrera, ó al de algún cerrado en la isla menor del Guadalquivir.
Momentos después de marcharse Ayuso, llegó Salvador acompañado del duque, dueño de la ganadería brava que se cría en la dehesa del Molinillo, é ilustre grande de España que lleva un nombre y un apellido de fama universal, y los lleva dignamente, pues apartándose de los derroteros comúnmente seguidos por los de su clase, no sólo es hombre de instrucción y amante del progreso, condiciones que lo han llevado á ocupar merecidísimamente un alto puesto en las mejores y más liberales Córtes que ha habido en España después de las de 1869, las de 1872, sino que sin fiar el decoro y la prosperidad de su casa á la gestión de manos extrañas, él se ocupa personalmente de todos sus asuntos, y en su hogar resplandecen la virtud y el arreglo, y en su escritorio y en sus negocios rústicos y urbanos la discreción y el cuidado y la actividad. Con estas condiciones no podía manos de ser, como lo es el duque, una persona sería; pero modesta, franca y cariñosa con todo el mundo.
Salvador fue diputado á Córtes y es un abogado de superior talento, camarada mio de la niñez y unido al duque por los vínculos de la más estrecha amistad.
Se alegraron infinito de nuestra llegada, deplorando sin embargo la causa, pues los dos conocían y estimaban mucho al marqués de Rio-Blanco. Nosotros les dijimos sólo, que muerto Fernando, Sofía se iba á Madrid y la acompañábamos hasta Toledo, omitiendo por ociosas entonces más explicaciones.
Ayudamos á bajar del coche á Sofía, que apoyada en mi brazo entró en la casa y subió á la última de las tres habitaciones corridas que constituyen el ala izquierda del piso alto, alcoba en la que, si no el lujo de la suya de Valle-Alegre, tenía cuantas comodidades pudiera apetecer: .era la alcoba de nuestro ilustre huésped, que dió además órden á dos muchachas, las dos morenas y bonitas donde Dios las críe, llamadas Bernarda la una y Teresa la otra, hijas respectivamente de Martín, el conocedor del ganado, y de su ayuda Guillermo, de que se pusieran á disposición de Sofía, preparando sin dilación las camas para ella y para su criada, subiéndole caldo ó el alimento que mejor apeteciera, y procurando sobre todo, sin aguardar á que ella lo pidiera, adivinarle los deseos.
Sofía se dejó caer en una butaca: ni aun después del traqueteo del viaje se trasparentaba en sus mejillas un solo punto de las antiguas rosas: estaban sus pupilas inmóviles y apagadas; pero ella, al parecer, serena, más serena de lo que yo esperaba: tenía la tristeza dé la flor cortada, la del pájaro que cae prisionero dejando el nido en el árbol: sólo cuando nos miraba á Ruiz, á Grilo, ó á mí, animaba sus ojos un instante el santo brillo de la gratitud, y quería vencer la resistencia de sus labios á sonreirse.
-Usted aquí es la reina, le dijo Grilo: aquí hay grandes de España, títulos de Castilla, banqueros, poetas, labradores y todos estamos aquí para servirla á usted: usted manda en todos, y todos lloramos con usted al que desde el cielo nos ve y nos bendice esta noche, y cuya alegría será que usted dé treguas á su aflicción y descanse.
Con la promesa que nos hizo de tomar algún alimento y acostarse en seguida, bajamos á buscar á nuestros amigos: los criados de la finca se habían llevado á las cuadras las mulas del coche y nuestros caballos: los señores que estaban con el duque de sobremesa en el comedor, que es la habitación única del ala derecha del piso alto del edificio, se habían bajado, en evitación de que el ruido pudiera molestar á Sofía, á la sala que tiene por techo el suelo de la que dejaban. Hay en esta sala una puerta de paso á la escalera, la de entrada de la calle, una ventana á la plaza del palacio, una gran chimenea de campana al fondo, poyos á uno y otro lado, sillones altos de brazos, con asientos de enea, y estera basta; veíanse además dos ó tres garrochas en un rincón, y colgados de grandes alcayatas algunos collares con cencerros.
Despues de las presentaciones de ordenanza, que no fueron muchas, pues de los diez ó doce señores que allí estaban, casi todos andaluces de Sevilla para los puertos, eran la mayor parte amigos nuestros, bajaron los criados una. mesa, la vistieron, y sobre ella, entre unas aceitunas" cordobesas aliñadas, y unas botellas del amontillado fino de Carlos Haurie de universal renombre, y otras de la manzanilla de D. Juan Martínez, glorias de Jerez y de Sanlúcar, entre aquellas perlas moradas y estas columnas de topacio, pusieron jamón en dulce, terrines de foie-gras, un embuchado extremeño que echaba chispas,. pavo trufado, galletas inglesas y otra porción de comida fina, pues en el Molinillo hay siempre, pero con especialidad en las temporadas de faena con el ganado, servicios de cama y de mesa y de despensa para dos docenas de convidados, tan cómodos, tan esmerados y tan sabrosos cómo en el palacio de la calle de San Mateo.
Aquellos señores, dando muestras de su cordura y de su delicadeza, no nos hicieron la más leve alusión á Sofía, sino que mientras nosotros comíamos y bebíamos á tente bonete, secundándonos ellos, no con vino, sino con un ponche, nos hicieron mil preguntas acerca de la montería, conversación que se daba la mano con la animada que ellos sostenían referente á la faena de tentar en el corral los becerros erales de la ganadería del duque, en que llevaban engolfados cinco ó seis días.
EL DRAMA DE VALLE-ALEGRE-CAPÍTULO XIX
EL PUERTO DEL MILAGRO
A las claras del día, como dicen los campesinos en mi pueblo, con un plato colmado de superiores migas y un canjilon de chocolate el uno, con una caja de galletas y un cuartillo de café con leche el otro, con las dos variedades más de cuatro, y con un vaso de aguardiente cada cual en el estómago, estábamos ya dispuestos, garrochistas y monteros, para emprender la marcha, ellos en busca de los erales que habían de tentar aquel día, y nosotros por el camino de Toledo.
El coche salió delante de nosotros, y en él iban, además de Sofía y Petra, Grilo y Estaban, sirviéndoles de escolta nuestros criados. Sofía, según me dijo Petra, había dormido poco, y eso desasosegada y despertándose muchas veces con pesadillas menos crueles sin embargo que la realidad: si los grandes maestros la hubieran admirado tal como nosotros la vimos aquella mañana, su rostro habría sido inmortalizado en los lienzos que expresan el dolor de la madre. de Jesús; sin embargo, estaba tranquila; á mí me infundió algún temor la vaguedad creciente de su mirada, y más aún el que no me contestase muy acorde á dos ó tres preguntas que le hice, por mucho que rectificó rápidamente no bien le llamé la atención sobre sus respuestas: había algo siniestro en aquella serenidad. Yo le entregué aquella mañana el Libro de memorias de Fernando, que besó repetidas veces, pero sin llorar, y se lo guardó en el pecho; mostraba vivísimos deseos de llegar á Madrid, cosa que me pareció muy natural, pues los dueños de la casa á donde iba la querían entrañablemente; me asaltó la duda de si trascendería á ese cariño el trío de la muerte de Fernando.
Antes de montar en los caballos que aparejados nos aguardaban í la puerta de la casa, visitamos el anchuroso corral de la tienta y los demás indispensables para enchiquerar, así como también el camino, ó manga, por donde entran las reses del campo para ser encerradas.
Desde los balcones de la casa vimos las cercas del Jardín y del Cañamar, alfombradas de abundante pasto y fresca hierba.
Llamó mi atención la manera cómo los que iban armados de garrochas montaban á caballo, apoyándose en éstas, en vez de asirse con la mano derecha al borrén trasero; el airoso traje de campo, de botín andaluz, calzones cortos de punto y otros lanares encima, faja, chaqueta jerezana, marsellés, calañés y la manta sobre el borrén delantero de la silla vaquera, es bien conocido; los caballos, animales perfectamente domados como bien lo indicaban las huellas de las espuelas en los ijares, se distinguían por lo bien colocados de cabeza y cuello, ó como se dice en la afición, por lo muy empitonados y por lo remetidos del cuarto trasero.
Nos despedimos del alcalde pedáneo del Molinillo, Eusebio, veterano de Luchana; de su apuesto hijo Manuel, de los pedazos de cielo Teresa y Bernarda y de sus madres, que con tan amorosa solicitud habían atendido á nuestra infeliz amiga.
A poca distancia nos aguardaba una parada de bueyes de las varias del duque: los cabestros eran preciosos, todos de pelo berrendo, unos en colorado, otros en negro, cual en barroso, cual en cárdeno: los tres de caballo eran del mismo pelo, y en los collares tenían campanillas, así como cada uno de los otros llevaba cencerro; al acercarnos á la parada, nombró el cabestrero á los tres bueyes de las campanillas, Navegante, Milano y Campechano, que separándose rápidamente del grupo de los demás, fueron á colocarse uno á cada estribo y otro detrás del caballo.
Llevando los cabestros por delante y con rumbo al puerto del Milagro, bajamos por la vega, donde á mano derecha y dentro de un cercado pastaban doce ó catorce becerros de tres años, tan grandes que parecían toros de plaza; según nos dijeron eran los que habían padreado en el mes de Mayo anterior.
Continuamos el camino hasta que sobre nuestra izquierda., en medio de aquella extensa raña ligeramente accidentada y cubierta de encinas y de chaparros, divisamos una piara de becerros de uno y dos años, en demanda de la cual se encaminaron los bueyes. En dicha piara estaban los erales que debían recoger nuestros amigos para conducirlos al Molinillo, encerrarlos, y proceder á su tienta. Como para esto tenían necesidad de apartarse del camino, allí nos despedimos cordialísimamente los monteros de los garrochistas, y en especialidad del noble anfitrión que nos había hecho objeto de tan señaladísimas atenciones.
Atravesamos el río Bullaque, que con escaso caudal y apacible corriente divide por allí las provincias de Toledo y de Ciudad-Real, dejando á nuestra derecha, sobre una altura, y entre las ruinas de una antigua fortaleza, la modesta capilla de la Virgen del Milagro, de la que cuentan que fu¿ conducida á la iglesia de Ventas con Peña Aguilera, y no pareciéndole bien el cambio de domicilio, se tornó sola á su santuario, al que acuden en romería el 8 de Septiembre los vecinos de los pueblos comarcanos. Comenzamos á subir el puerto, que al principio no ofrece dificultades, siguiendo el camino, que es á la vez cañada real, yen cuyo punto más alto se alza, sobre un pedestal cuadrado, una cruz de granito que según refieren los naturales del país, conmemora otra ígnea cruz que se apareció á los cristianos, infundiéndoles bríos y dándoles la victoria en una batalla que libraron contra los moros y en la que llevaban aquellos la peor parte.
Mucho tiempo hace que pasaron esos milagros para que nosotros podamos garantir su veracidad; lo cierto es que otras cruces que hoy se levantan aquí y allá sobre montones de piedras por aquellos andurriales, recuerdan otros milagros menos piadosos, no siendo flojo el que realiza la Providencia con cada viajero que cruza aquellas sierras sin ser al menos desbalijado: no hacía mucho tiempo que después de haber dado recibo dos carboneros del importe del combustible vendido, fueron á robarlos los mismos que acababan de hacerles el pago, trabándose con tal motivo una contienda de la que resultó muerto de un tiro uno de los carboneros, pudiendo el otro, con una bala en el cuerpo, escapar y pegar vivo milagrosamente al Molinillo, aunque sin el dinero, que lo tenía el difunto en un cinto y pasó á manos de los ladrones y asesinos.
Alcanzamos el coche á la salida del puerto y con él entramos por el estrecho desfiladero abierto á pico en las rocas de aquellas laderas colosales; caminábamos amenazados por la derecha por hondos precipicios, cuyos bordes quedaban á cortísima distancia de las ruedas del coche y de los cascos de los caballos; el mayoral, que no consintió que se bajaran ni Sofía ni Petra, nos refirió que por allí se habían despeñado, en fecha no muy atrasada, un tronco de treguas del general Prim y uña carreta con dos bueyes. A propósito de carretas y de bueyes: yo no sé si éstos vuelan; es lo más probable que no; pero entonces no me explico, no habiendo allí pescantes de muelle, por qué procedimiento suben los carboneros las carretas por aquellas escabrosas pendientes: al pasar por el desfiladero vimos algunas que parecía que iban á derrumbarse sobre nuestras cabezas.
Entramos luego en la dehesa del Sotillo, magnífico encinar donde se apacentaba una piara de vacas del duque, y á poco descubrimos, á nuestra derecha, la alta peña coronada por un molino de viento, de donde quizá tome su nombre el lugar que se llama Ventas con Peña Aguilera, que se asienta en un valle dominado por varias alturas riscosas, lugar donde nos detuvimos unos minutos á la puerta de la casa de un maestro albéitar lebrijano, que había estado con nosotros la noche antes en el Molinillo y cuya amabilísima esposa nos obsequió, á Sofía con caldo y bizcochos, y á nosotros con aguardiente y panales.
A la salida de las Ventas y en un terreno pizarroso, arcilloso y de secano, divisamos á lo léjos un espeso arbolado, que me señaló Carrasco, diciéndome:
Un valle el término incluye
de castaños, y apellidan
del Castañar por el valle
al convento y á García.
Efectivamente, aquella era la dehesa en cuya casa es la acción de la famosa comedia de Rojas. A hora de almorzar en Madrid, llegamos á Gálvez, que es un pueblo notable por su limpieza, situado en una hermosa llanura: dista la villa de Gálvez cinco leguas de Toledo; tiene cerca de quinientas casas, habitadas por dos mil quinientas almas, y está rodeada de manantiales de agua exquisita. Nos alojamos en un mesón, sobre cuya puerta dice: Posada Nueva, 1858; pero que vulgarmente se llama Posada de la Buena Moza.
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